Y es que, al igual que existen sujetos diversos y tan diferentes, en cada persona se da un tipo de ansiedad distinto, que la afectará de forma más directa o menor, según la situación actual en la que se pueda encontrar.
No en vano, algunas teorías han indicado que se podría asociar el origen de ésta con modificaciones de neurotransmisores cerebrales, dado que, experimentos llevados a cabo en animales, demostraron que la estimulación de áreas cerebrales concretas (como el locus coeruleus, lugar donde se encuentran células nerviosas que usan la noradrenalina), provocó una sensación similar al miedo; hecho que, en cierto sentido, podría asimilarse con la ansiedad.
Pero, para llegar a comprender hasta en qué sentido nos afecta, debemos conocer cuáles serían los diferentes síntomas en que hace su aparición; en especial, porque de esta manera podremos saber si en realidad la padecemos o no.
Dentro de esos mismos síntomas, encontraríamos dos tipos bien diferenciados, teniendo en cuenta, sobre todo, la forma y el modo en que hacen su aparición: psíquicos y físicos.
Con respecto a los síntomas psíquicos, el nerviosismo, la tensión, una excesiva preocupación por sí mismo y/o por los demás, ganas terribles de llorar, o insomnio, son algunas de las formas más comunes.
Empero, con respecto a los diferentes síntomas físicos, los identificaremos por vértigos, náuseas, palpitaciones, debilidad, aumento de la transpiración, temblores, mayor frecuencia respiratoria, e incluso colon irritable.
Se puede vencer la ansiedad
Si bien, se suele decir que, una persona ansiosa, lo será para toda su vida, no hay nada más equivocado que esta expresión, y una actitud aún más errónea sería no hacer nada.
Y es que, aunque sea cierto que, una vez aparece, es difícil controlarla, nadie ha dicho que sea imposible. Fundamentalmente, porque cada persona tiene el poder -y la facultad- de tomarse las cosas con más calma, con una mayor tranquilidad, afrontando los diferentes hechos y sucesos que nos puedan ocurrir, de forma mucho más positiva.
Debemos pensar que las situaciones "ideales" o "perfectas" no existen, y que cada experiencia que nos suceda, por muy dolorosa que ésta sea, puede convertirse en una oportunidad más de aprender, de vivir el día a día, con esas pequeñas enseñanzas que las cuestiones más mínimas nos ofrecen.
Tampoco debemos, aunque el algunas circunstancias sea realmente inevitable, preocuparnos tanto por los distintos problemas que nos puedan surgir; especialmente, en aquellos pequeños que tendrían solución por sí mismos.
En este caso, sería interesante adoptar una muy buena frase, que lo vendría a decir casi todo: Si tiene solución, ¿para qué te preocupas? Y, si no la tiene, ¿para qué te preocupas?
No hay que olvidar que precisamente esas preocupaciones diarias son las que pueden aumentar o no nuestro nivel de ansiedad.
Eso sí, la mejor manera posible, podría ser el adoptar una actitud positiva ante la Vida, y afrontar con cierta serenidad los distintos y diversos contratiempos que se puedan producir.
Porque, en sí, nadie dijo que la Vida sea fácil, pero sí una bella experiencia que cultivamos jornada a jornada.